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arteriosclerosis, dolor cervical, dolor descomunal, durmiendo bocabajo, envejecimiento, hallazgo, jugando fútbol, oscuridades de salud, sueños angustiosos, sueños futbolísticos, sueños inconscientes
Hace un par de años, he hecho un descubrimiento a cerca de uno de mis sueños más recurrentes, que al comienzo lo consideré personal y hasta irrelevante, porque los sueños son para mi una cantidad de disparates sin un hilo conductor. Me refiero a los sueños inconscientes, esos que se dan cuando uno se acuesta a dormir; no a esos anhelos, aspiraciones o proyectos que la gente suele llamar “sueños”.
Sin embargo, con el pasar de los días he ido pensando que dicho hallazgo le pudiera ser útil a mucha gente que tal vez le ocurre lo mismo y no le encuentra explicación o solución. Además, porque ese tema de los sueños generalmente está embadurnado de esoterismo y especulación. Solo en recientes investigaciones neurocientíficas le están empezando a encontrar luces.
Una de mis tantas oscuridades de salud, es mi dolor cervical. Es un hecho que esa dolencia se desarrolló por mi costumbre de dormir bocabajo. Hay una foto en mi archivo gráfico de ello, yo durmiendo bocabajo y con mi bebé al lado durmiendo igual. Otro factor que empeoró esa situación fue la prolongada e inadecuada postura laboral frente al computador, y por hacer muy poco para contrarrestarlo.
En los últimos lustros, desde terminando mis 40s e iniciando mis 50s, fui notando la frecuencia con que soñaba episodios angustiosos, generalmente relacionados con persecuciones de toda índole, de las que no podía librarme. La intensidad de esa angustia fue progresiva. Podría decir que inició con levedades como soñando que corría gateando, sintiendo que así avanzaba más rápido, subiendo escaleras, subiendo lomas. Después soñaba jugando fútbol, que, siendo una actividad que me gusta mucho, sentía que me costaba mucho llegar a los balones en movimiento, se me escapaban. Más adelante, soñaba que me sorprendía la noche en lugares alejados, desconocidos, y no lograba encontrar el camino de regreso a casa.
Pero esos episodios fueron aumentando su magnitud paulatinamente hasta volverse perturbadores. Las incipientes gateadas se convirtieron en galopadas, escapando de algo. Soñaba que corría a cuatro patas, cual primate, escalando casi siempre. Recuerdo que mi hijo y esposa se burlaron de mi alguna vez que les comenté dicha curiosidad, pues primero dije que corría como primate, pero luego traté de corregir diciendo que corría cual felino. Se rieron de mi a carcajadas, sin yo poderlo remediar.
Los sueños futbolísticos se tornaron penosos, pues siendo yo en la vida real un jugador virtuoso, no podía ejecutar maniobras sencillas porque sentía un desfallecimiento que siempre me hacía perder el balón. Los sueños en que me extraviaba, fueron los que se volvieron más frecuentes y azarosos, comenzaron a añadírsele la persecución, me veía en calles tipo cartucho, pasadizos sin salida, corría a cada esquina pensando que iba a salir a una avenida iluminada pero me seguía sumergiendo en un laberinto infernal hasta que quienes me perseguían me capturaban. Entonces despertaba, con un dolor descomunal en la nuca.
Atendiendo todas esas leyendas, creencias y supersticiones mundanas, llegué a atribuir el origen de esos sueños angustiosos a la azarosa vida de asalariado que tuve por décadas, a las deudas perennes, a los horarios estrictos, a las tareas inflexibles, al indolente servicio de transporte, a todas esas presiones que lo mantenían a uno atrapado en una agonía sin fin. Llegó el momento en que me pensioné.
Yo seguía durmiendo bocabajo era de porfiado, hacía bastante tiempo una ortopedista me había sentenciado sin clemencia: “ese dolor no tiene remedio, tiene que acostumbrarse a dormir de lado y/o bocarriba, ajustar la postura frente al computador y hacer frecuentemente ejercicios de estiramiento”. Otro motivo que me mantenía en esa porfía es que casi siempre bocabajo era la única posición en que lograba dormirme. Como alternativa opté por acuñarme la almohada a un lado del pecho para atenuar el giro de mi cuello contra la cama. Ese ajuste sirvió poco. El dolor seguía.
Cuando me pensioné a mis 56 años y ya no tenía la “obligación de dormirme a una hora determinada”, entonces retomé la vieja instrucción de la ortopedista, comencé a practicar el dormirme de lado. Costó trabajo al principio, pero de a poco lo fui logrando, me quedaba dormido de lado. Los sueños angustiosos cesaron pero yo no me di cuenta.
Angustiosos o no, para mi los sueños son desvaríos, así lo concluí luego que hice un experimento hace como tres décadas. En el transcurso de quince días consecutivos me propuse investigar mis sueños. Armado con lápiz y cuaderno en mi mesa de noche, escribí cada sueño que tuve cada noche. A veces me despertaba varias veces y registraba en el cuaderno cada sueño antes de olvidarlo. Otras veces eran varios sueños en uno. Todos los escribía, también escribía mis actividades de cada día, buscando vínculos entre mis acciones del día y mis sueños. No encontré relación alguna entre los episodios de los sueños y mis actividades diarias. Tampoco entre los sueños mismos, en su secuencia o temática. Solo los personajes eran los mismos que yo conocía en mi vida real, pero eso fue intrascendente dentro de aquel propósito escrutador.
Tiempo después de estar pensionado y durmiendo de lado, al darme cuenta que aquellos sueños angustiosos ya no los tenía, aquella superstición tomó lugar para mi desconcierto, aquella que asociaba la azarosa vida de empleado con esos sueños tormentosos.
Entonces vino la contradicción que refutó la superstición. En algún movimiento dormido, cambié mi posición a la vieja posición bocabajo, y el otrora sueño angustioso se presentó de nuevo. Después de eso no tardé mucho en descubrir que es esa posición bocabajo la que origina en mi esos sueños perturbadores. Como pichón de investigador, he hecho las pruebas pertinentes para corroborarlo varias veces y las transmito públicamente con plena convicción y deseo que este relato de mi hallazgo pueda beneficiar a alguien.
Ahora bien, queda por confirmar por qué se presenta a esa edad y no antes, pues en mi juventud y temprana adultez eso no me sucedía aún cuando dormía bocabajo. Mi primera elucubración que pongo a consideración es mi envejecimiento, que me trajo consigo la arteriosclerosis que hoy padezco. Esa enfermedad es paulatina, tal como fueron transformándose los sueños, la opresión que genera debido a la deficiente circulación sanguínea debió haber empezado levemente también por mis años 40s.